martes, 21 de junio de 2011

CUENTO ÁRABE

CUENTO ÁRABE

Había una vez un anciano muy sabio, tan sabio era que todos decían que en su cara se podía ver la sabiduría. Un buen día ese hombre sabio decidió hacer un viaje en barco, y en ese mismo viaje iba un joven estudiante. El joven estudiante era arrogante y entró en el barco dándose aires de importancia, mientras que el anciano sabio se limitó a sentarse en la proa de barco a contemplar el paisaje y cómo los marineros trabajaban.

Al poco el estudiante tuvo noticia de que en el barco se encontraba un hombre sabio y fue a sentarse junto a él. El anciano sabio permanecía en silencio, así que el joven estudiante decidió sacar conversación:

- ¿Ha viajado mucho usted? -

A lo que el anciano respondió: - Sí -

- ¿Y ha estado usted en Damasco? -

Y al instante el anciano le habló de las estrellas que se ven desde la ciudad, de los atardeceres, de las gentes y sus costumbres. Le describió los olores y ruidos del zoco y le habló de las hermosas mezquitas de la ciudad.

- Todo eso está muy bien. - dijo el estudiante - Pero... habrá estado usted estudiando en la escuela de astronomía. -

El anciano se quedó pensativo y como si aquello no tuviese importancia le dijo: - No. -

El estudiante se llevó las manos a la cabeza sin poder creer lo que estaba oyendo: - ¡Pero entonces ha perdido media vida! -

Al poco rato el estudiante le volvió a preguntar: - ¿Ha estado usted en Alejandría? -

Y acto seguido el anciano le empezó a hablar de la belleza de la ciudad, de su puerto y su faro. Del ambiente abarrotado de sus calles. De su tradición, y de otras tantas cosas.

- Sí, veo que ha estado usted en Alejandría. - repuso el estudiante - Pero, ¿estudió usted en la Biblioteca de Alejandría?. -

Una vez más el anciano se encogió de hombros y dijo: - No. -

De nuevo el estudiante se llevó las manos a la cabeza y dijo: - Pero cómo es posible, ¡Ha perdido usted media vida!. -

Al rato el anciano vio en la otra punta del barco que entraba agua entre las tablas el barco. Entonces el anciano preguntó:

- Tú has estudiado e muchos sitios, ¿verdad?. -

Y el estudiante enhebró una retahíla de escuelas, bibliotecas y lugares de sabiduría que parecía no tener fin. Cuando por fin terminó el viejo le preguntó:

-¿Y en alguno de esos lugares has aprendido natación?. -

El estudiante repasó las decenas de asignaturas que había cursado en los diferentes lugares, pero en ninguna de ellas estaba incluida la natación. - No. - respondió.

El anciano, arremangándose y saltando encima de la borda dijo antes de tirarse al agua: - Pues has perdido la vida entera. -

Fin.

Anonimo





El polvo mágico




Tunka era un viejo brujo a quien nadie visitaba.
Un día, invitó a su pequeño laboratorio en la montaña a Luis, el hombre más rico del pueblo.
Cuando llegó, le habló de su gran descubrimiento. Se trataba de un polvo mágico que duplicaba lo que quisiera. Ya había preparado diez de ellos. Luis le pidió que probara lo que decía y le dio una moneda de oro. Para su asombro, unos instantes después de echarle el polvo, las monedas eran dos.

Una vez que se pusieron de acuerdo en el pago, Tunka le entregó un sobre. No llegó a explicarle de qué se trataba, ya que cayó muerto tras un fuerte golpe en la cabeza. Luis no iba a permitir que otros accedieran a la sustancia mágica, y con lo que tenía, era suficiente. Dejó el sobre, tomó la caja con los polvos, y se fue. Luego de vender todos los bienes, juntó sus monedas de oro. Les echaba el preparado y se duplicaban. Muy inteligente, cuando le quedaban sólo dos porciones, se dio cuenta de que duplicando el mágico elemento, su fortuna sería interminable y sería dueño del mundo entero. Pero, cuando los juntó, no sólo se esfumaron, sino que desapareció hasta la última moneda de oro que había. Después de esperar horas sin novedades, se dirigió al laboratorio del brujo.

Maldiciendo porque lo había engañado, abrió la puerta. Cuando vio el sobre, pensó que ahí encontraría la solución.
Pero el escrito decía: “Nunca juntes dos polvos mágicos. Si lo haces desaparecerán, junto a los metales que se encuentren alrededor”

Fin


Cuando arriesgas todo por ambición puedes ganar… o perderlo todo

http://es.scribd.com/doc/161472553/El-polvo-magico




Un cuento desordenado. Liana Castello






“Y colorín colorado, este cuento ha terminado”


¡Caramba, esto está mal! ¡Comencé por el final!

Empecé todo al revés, faltó: “Había una vez”

El principio de esta historia, ha escapado a mi memoria

No importa, lo buscaré y el comienzo encontraré

“y la bruja muy traviesa, engañó a la princesa”

¡Me volví a equivocar, debo este cuento arreglar!

Esto va más adelante, es la parte interesante

“En un reino encantado… (¡Ah… el principio he encontrado!)

Vivía feliz un hada” (estoy bien encaminada)
Pero… ¿qué pasa conmigo? ¡Otro error he cometido!

No se trataba de un hada, sí de una bruja malvada

“Y el príncipe encantado y además enamorado

Rescató a la princesa de la bruja muy traviesa”

El desenlace escribí ¡pero qué imprudente fui!

Este cuento no se ordena, realmente es una pena

“La bruja se fue de viaje y metió en su equipaje

Las páginas ordenadas de esta historia alocada”

¡Ahora recién comprendo qué pasaba con el cuento!

Era la bruja malvada, quien las páginas mezclaba

La muy pícara partió y el cuento en orden quedó:

“Y colorado , colorín la historia llegó a su fin ”

Fin

http://www.encuentos.com/cuentos-con-rimas/un-cuento-desordenado/






Papelina. Miriam Castillo Catalá





Papelina le encanta la lluvia. Cuando se forman las primeras nubes se pone a cantar y bailar con alegría, después aprovechando la humedad saca un poquito las raíces de la tierra y trata de acercarse a Jobo. -Un día volveré a abrazarte -jura ruborizándose. Jobo estira los brazos pero todavía no puede alcanzarla.


Sucedió años atrás. Cuando aún eran muy jóvenes. Ella llenita de flores amarillas, él con retoños formando puntos verdes en todo su cuerpo. En la arboleda reinaba un extraño silencio, de repente el viento silbó tres veces y llegó el temporal. Ráfagas y truenos se adueñaron de la tierra .


Papelina temblaba, Jobo se enfrentó a la tormenta. Desnudos y empapados se dieron las manos librándose de ser arrastrados por la corriente, así lograron salvarse. Ella quedó echada a un lado con las raíces al descubierto sosteniendo los cansados brazos de él, fue entonces que prometieron no separarse nunca. Una mañana al salir el sol un ruido los inquietó.


- ¿Quién podrá ser? – murmuró Papelina


- ¿Será el viento? – se alarmó Jobo tratando de incorporarse.


- No, ese viento ya se ha ido – respondió ella con suavidad.


Alguien se detuvo frente a ellos. Jobo sintió como lentamente era separado de los tibios brazos de Papelina y recostado a un pedazo de madera recia que lo sostuvo derecho. Ella como escarbaban su tronco y la trasplantaban más allá. Esa noche se buscaron en la oscuridad y solo consiguieron sentirse vivos.


Para no estar tristes Papelina se puso a cantar, al ratico él silbó una canción. El recuerdo de aquella tormenta se convirtió con los días en un olor a tierra fresca, en un ir y venir de pájaros, mariposas y enorme filas de hormigas que construían casas gigantes con las hojas caídas.


El rocío le traía a Papelina el dulce olor de las campanillas que vivían a los pies de Jobo, entonces ella, aunque lejos, volvía a jurarle que lo abrazaría. Por eso y por las canciones y los mensajes envueltos en ramilletes de flores que viajaban enredados en los susurros del aire todos llegaron a saber que estaban enamorados. Así volaron las estaciones, y la lluvia se fue de viaje a un lugar lejano dejando sequitas las nubes, con tanto sol la tierra empezó a mostrar pequeñas grietas en forma de surco, luego muchas más.


Un mediodía Jobo descubrió que sus raíces no encontraban el agua necesaria para hacerse fuertes. Al intentar alargar sus ramas tropezó con un montón de hojas marchitas, su corazón se agitó y la piel comenzó a arderle. Le pareció que Papelina estaba ahora más lejos. Mientras tanto ella examinaba su cuerpo, la corteza había empezado a desprenderse dejando ver la piel más suave de su tronco, sintió un golpeteo en sus entrañas y tuvo mucha sed. Buscó incesantemente los ojos de Jobo pero no lo consiguió.


Desconcertada, sin saber que hacer, se quedó quieta perdida en su dolor. Fue la llegada de Zorzal quien la animó. Papelina lo acurrucó entre sus ramas mientras la luna se escurría detrás de una nube.


- Necesito tanto un abrazo – susurró Papelina.


- Los abrazos, los abrazos – trinó Zorzal.


La luna se agrandó colgándose en las ramas y fueron arboluna con música de cristal. Con la salida de los primeros rayos del sol, Papelina vestía un traje totalmente amarillo, mirando a Zorzal que revoleteaba a su lado, se le ocurrió que podía volar hasta Jobo y acudieron todos en su ayuda.


Para las ramas más altas prestaron sus alas palomas y gaviotas, al centro carpinteros, totíes y canarios, en los retoños más débiles zunzunes, tomeguines y una bandada de mariposas. Todos quedaron en silencio, una brisa suave batió todas las alas, Papelina cerró los ojos dejándose arrastrar por sueños y nostalgias y se sintió suspendida en el aire, hasta juraría que volaba pero su tronco permaneció aferrado a la tierra. A lo lejos Jobo seguía indiferente.


- Zorzal necesito que me ayudes – insistió Papelina y dos lágrimas asomaron a sus ojos.


- ¿Qué puedo hacer? – preguntó el pájaro moviendo las alas.


- Se trata de Jobo, ha perdido las esperanzas


- Yo le hablaré- dijo Zorzal cruzando la arboleda.


- Jobo, he venido para decirte que Papelina…


El quiso mostrarse indiferente, pero las ramas crujieron y un montón de hojas secas cayeron al suelo, después otras y otras dejando el pecho al descubierto


-¿No te das cuenta? Pronto dejaré de respirar, siento que mi raíz no le pertenece más a la tierra.


- ¿Es qué has perdido las esperanzas?- dime – ¿qué ves a tu lado?


Sacando de sus entrañas una última gota de savia, Jobo giró en su propio tronco, reparando ahora en los demás, y sus ojos nublados se encontraron con Papelina quien sonrió con timidez.


- Sabes, hoy intentó volar por ti – dijo el pájaro a media voz.


- Volar por mí – repitió Jobo recordando el día en que empapados se dieron las manos prometiendo no separarse nunca, y se quedó mirándola eternamente


- ¿Creen que habrá lluvia hoy? – ¿Creen que lloverá? – Le preguntó Jobo a los pájaros que cruzaban el cielo, a las hormigas que cuchicheaban en su tronco, a las lagartijas dueñas de sus escondites y por fin a una nube andariega que los rozó.


-¿Creen que habrá lluvia? Allá lejos un relámpago amenazó la tierra. El sol corrió a esconderse en su casita de fuego y las primeras gotas hicieron chin, chin, chin. Papelina empezó a bailar y se vinieron las nubes abajo.


- Hoy te daré un abrazo- gritó intentando sacar las raíces de la tierra. Jobo estiró suavemente los brazos aún no podía alcanzarla pero sentía sus latidos.


Fin.


“Jobo y Papelina” son árboles frutales. ( Variedades de Mango)

http://www.encuentos.com/cuentos-ecologicos/papelina/



El cráter de las mariposas. Kike el duende






Me dice la luna que no toque con las manos las alas de las mariposas, no importa que las tenga muy bien lavadas porque, solo el contacto de las yemas de los dedos con esas membranas de múltiples colores, las estropearía. “Imposible volar sin ese polvillo mágico que cubre sus alas”, escuché una vez.


Cuando esta frase revoloteó un buen día por mi corazón pensé que un duende malvado se estaba burlando de mí. Ahora sé que no era una broma. Las alas de las mariposas son el principal motivo para que exista el personaje que ahora te voy a presentar: El hada de las mariposas.


Vive y crea ese polvillo de hadas en el cráter de las mariposas. Se sienta cada día en una plataforma redonda y giratoria, eleva los brazos y, chasqueando los dedos mientras cierra los ojos, va formando a su alrededor ese polvo de hadas que se utiliza para tantas cosas. Ni que decir tengo que ese polvo de hadas se presenta en nuestras vidas para barnizar los momentos; de color hermoso, de magia, de maravillas y, aunque la mañana esté triste, de buenos días y alegrías.


Entro muy despacio en el cráter para no asustarlas, a las mariposas, y me doy cuenta en cuanto entro de que están todas dormidas. Me quedo mirando y calculo que habrá una de cada especie porque todas son distintas, unas 80.000 mariposas más o menos. En una sala blanca que veo en el fondo está sentada ella, el hada, parece que también está dormida, no sé qué hacer.


De pronto escucho una campanada y en ese momento, todas, absolutamente todas las mariposas abren los ojos y comienzan a volar. El hada también se despierta y comienza un hermoso ritual. Mientras juega con sus dedos todo se llena otra vez de polvo de hadas y las 80.000 mariposas salen del cráter para colorear el mundo.


El cráter queda vacío, solo quedamos el hada y yo, bueno y el polvo de hadas, pero éste no se puede ver aunque se siente, lo percibes como un pequeño mareo y escuchas una lejana música de campanillas. De repente se abre un pequeño agujero en el suelo y entran más o menos otras 80.000 mariposas, son mariposas nuevas sin color en las alas, transparentes como el agua.


No vuelan, entran caminando y en estricta fila india hasta que en un momento el blanco suelo del cráter simula una alfombra incolora llena de cuerpos y patas. El hada, sin levantarse, vuelve a cerrar los ojos. Las mariposas también.


Todos sentimos ahora como el mágico polvo de hadas se va depositando en las alas de las mariposas para llenarlas de dibujos de múltiples colores, incluso de formas y espesuras tan dispares que no encontrarías cosa igual ni en los mismísimos mares.


Ahora, como ya os conté, todas duermen durante un rato, hasta que las nuevas 80.000 futuras mariposas estén a punto de entrar en el cráter. Me voy asombrada del cráter, en silencio, el silencio es necesario para este proceso, quizás por eso ni he intentado hablar con el hada.


Busco un bosque porque quiero verlas de nuevo, el guardián de los bosques aparece y pronto me lleva hasta el más cercano. Juego con ellas, no os imagináis lo que es jugar con 80.000 mariposas a tu alrededor, es increíble, eso sí, ni se me ocurre tocarles las alas.


Estiro los brazos y dejo que sean ellas quienes se posen sobre mí y me toquen. He sentido de nuevo un pequeño mareo y escucho una lejana música de campanillas.


Fin

http://www.encuentos.com/cuentos-de-la-luna/el-crater-de-las-mariposas/





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